EDITORIAL: UN ESPACIO INFINITO, COMO LA SOLEDAD

El desarrollo de la inteligencia artificial en el nuevo siglo ha adquirido una velocidad vertiginosa. La calidad de los productos hoy disponibles es tan asombrosa que aún no han sido digeridos por la estructura de la sociedad humana: quienes los utilizan pasan a formar parte de una comunidad propia, utilizando términos que nadie más entiende, persiguiendo objetivos sociales, económicos, relacionales y culturales completamente distintos.

Nuestra generación nació y se desarrolló analógicamente. Y no sólo eso. Creció en lo que quedaba de un mundo obrero y campesino, y ha tenido que luchar para adaptarse al final del capitalismo industrial y encontrar un lugar en el capitalismo de servicios, que no ofrece ningún lugar seguro: ni trabajo, ni estructura social y familiar, ni redes de seguridad construidas por el bienestar, ni referencias culturales comunes. La principal característica de la vida humana es la rapidez, la fugacidad, la intercambiabilidad, el regreso a épocas en las que la vida del individuo es, por lo general, nula.

El cambio tecnológico aporta mejoras aparentemente milagrosas, pero sólo para una élite muy reducida que puede acceder a ellas. Para los demás, la inteligencia artificial estandariza preguntas y respuestas, aplana las diferencias existentes (pero también aceptables y perceptibles) entre individuos, aumenta el espacio disponible (con la creación de ilimitados mundos paralelos telemáticos -el metaverso-), incrementa infinitamente la posibilidad de entrar en contacto con otros seres humanos y, paradójicamente, aumenta desproporcionadamente la soledad.

En este dossier intentamos moralizar lo menos posible. Intentamos comprender y explicar. No se puede impedir la innovación de la inteligencia artificial. Lo que hoy parece extraordinario será presumiblemente superado en pocos años, de modo que todo el mundo necesitará una herramienta, un gancho al mundo analógico, que es donde mejor funciona nuestro cerebro.